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SE RINDIÓ HOMENAJE A JORGE CORREA, IMPULSOR DEL TEATRO PENITENCIARIO EN MÉXICO

Presentan Hamlet internos del Cefereso No.12 de Guanajuato

Presentan Hamlet internos del Cefereso No.12 de Guanajuato

Guanajuato, Gto. En la entrada de la Nave 2 del Centro Federal de Readaptación Social número 12, hay una jaula. Es una estructura grande en la que bien podría caber una guacamaya, pero que está vacía. En su parte exterior, sobre las rejas que la delimitan, hay pegados varios papeles con pequeños textos escritos a mano. Uno de ellos está firmado por el interno Omar Adonay Juárez, quien agradece a Dios “por permitirme sentirme libre de espíritu y de pensamiento a través del teatro.”

Omar Adonay, al igual que 49 de sus compañeros, se involucró hace tres meses en un proyecto que cambió su vida. Después de audicionar, se quedó con el nada sencillo papel de Claudio, en el montaje de Hamlet, de William Shakespeare, que la tarde del lunes presentaron ante diversas autoridades del sistema penitenciario mexicano y medios de comunicación.

La obra, dirigida por el maestro Jorge Correa, impulsor del teatro penitenciario en México, forma parte de las actividades en el marco del 42 Festival Internacional Cervantino.

El teatro del olvido

Desde hace más de treinta años el maestro Jorge Correa baja todos los días al infierno. Convive con los condenados y sale emocionado al mundo libre, aunque con los bolsillos llenos de dolor, según cuenta, con la voz entrecortada y la barba cana y larga.

Oriundo de Salvatierra, Guanajuato, Correa siempre quiso ser actor. Le entusiasmaba poder llegar a trabajar en una gran compañía, de ahí que se inscribiera en la Escuela Nacional de Teatro, donde fue compañero de Juan Pablo de Tavira, hermano de Luis de Tavira, actual director de la Compañía Nacional de Teatro.

Estudiaron juntos en el Centro de Arte Dramático (CADAC), con el maestro Héctor Azar. Luego Juan Pablo se fue a  estudiar criminología. Correa volvió a encontrar a su amigo muchos años después, cuando lo invitó a hacerse cargo de la biblioteca de la Procuraduría General de la República. En ese lugar, el maestro Correa comenzó a leer sobre la mente criminal y a entenderla.

Un buen día, en la década de los ochenta, Juan Pablo lo invitó a crear un taller de teatro en un reclusorio. Correa aún recuerda sus palabras: “No desmayes, ni flaquées. Tu amigo te apoya”. Ahí  Correa se dio cuenta de que el glamour de los grandes teatros ya no estaba en su destino. Lo suyo era el teatro penitenciario o, en sus palabras: “el teatro de la oscuridad, de las rejas, el teatro del castigo, del olvido.”

Su primer alumno fue Giberto Flores Alavez, aquel joven que fue acusado en 1978 de haber asesinado a machetazos a sus abuelos, el político Gilberto Flores Muñoz, quien fuera secretario de Agricultura y Ganadería y gobernador de Nayarit, así como de su esposa, la escritora María Asunción Izquierdo.

Poco a poco, Correa se dio cuenta de que la verdadera escuela de teatro está en la prisión. Asegura con su voz pausada que ahí está toda la gama de pasiones y sentimientos que se necesitan en el escenario: el dolor, el abandono, el coraje, la esperanza, el miedo.

Con los años ha creado un sistema que denomina STRAP: Sistema Teatral de Reinsertación y Asistencia Penitenciaria, el cual se basa en aprovechar el teatro en beneficio del interno. Más que trabajar en el método Stanislavski o en las técnicas de Grotowski, Correa se esfuerza porque el interno se involucre en el proceso teatral como vía de sanación. Cuenta que en ocasiones la droga deja tan afectados a los internos, que la memoria o la concentración son áreas en donde se debe trabajar mucho.

“Después de hacer teatro, el interno es otro. Es algo espiritual. La agresividad se transforma en paz”.

El maestro Correa hace una división entre el Teatro Penitenciario y el Teatro en prisión. El primero es un teatro escrito y actuado por los internos, un teatro que la mayoría de las veces cuenta sus historias o sus anhelos. El segundo es el montaje, por parte de los internos, de obras de teatro nacionales o internacionales. Tal es el caso de Hamlet, de Shakespeare, montaje en el que trabaja desde hace tres meses con 50 reos el Cefereso 12.

“Ya verán el resultado”, dice contento, sentado en una banca de la vistosa escenografía, momentos antes de la presentación de la obra.

El teatro como droga

Se respira la prisa en la inmensa nave habilitada como auditorio. Algunos internos, portando el uniforme del penal, en color beige y con un número negro que los identifica, checan las luces o el sonido. Otros, ya portando el vestuario, se asoman por algún recoveco de la escenografía: un enorme castillo de 4 torres y más de 8 metros de longitud con un trono al centro.

Cada uno de los participantes está en este sitio por haber cometido algún delito federal. Cada uno llegó por la estrecha avenida, flanqueada por llanos secos, que desemboca en la reja de acceso al penal; cada uno cruzó la enorme puerta eléctrica que da acceso a la intimidante fortaleza gris de muros de concreto y arquitectura neutra; cada uno observó las torres  de vigilancia desde donde a partir de entonces serían observados, caminó por sus pasillos laberínticos o por las amplias explanadas que conectan los espacios en su interior. Cada uno sintió el golpe del viento y respiró el silencio del paisaje de Ocampo, municipio del norte de Guanajuato en que se encuentra asentado el penal.

A casi dos años de su apertura, el Cefereso 12  se ve nuevo. Es uno de los penales en el país que presume tecnología de punta. Tiene 950 cámaras fijas, móviles, térmicas e infrarrojas. En las zonas de acceso hay filtros de Rayos X, scanners y detectores moleculares de drogas, entre otros sistemas de seguridad.

Su construcción implicó un costo de 3 mil 750 millones de pesos, erogados por el gobierno federal y la iniciativa privada. Tiene capacidad para 4 mil internos quienes reciben educación y capacitación para el trabajo, la salud y el deporte. Sus 80 hectáreas de extensión destacan en el paisaje: una llanura árida y extensa en donde, en temporada de lluvias, se siembra el frijol, el trigo y la cebada y en el que, a veces, se asoman nopales con tunas rojísimas.

En el Cefereso 12 sólo están internos varones. Esa es la razón por la que los papeles de Gertrudis y Ofelia serán interpretados por Diego Iván Cabrera y Heliodoro Nava, respectivamente. Ofelia causa sensación desde antes de entrar a escena y, además, hoy es su cumpleaños.

Tras el escenario, en un espacio habilitado como camerino colectivo, los miembros de la compañía Luna Negra, asentada en León, ayudan en la caracterización. Ahí está Jaime Alejandro Vargas, autor del diseño al óleo del cartel promocional de la obra (sobre una idea de Alfredo González). Su obra, exhibida en un caballete a la entrada de la nave, muestra 8 máscaras con distintos gestos, flanqueadas por un par de rejas tras de las cuales se alcanzan a distinguir un caballero medieval y un caballero águila mexica,

Jaime Alejandro también participará en la obra. Será un malabarista. Una integrante de Luna Negra le maquilla el bien trabajado tórax. A otros les decoran el rostro con líneas ondulantes. Todos están nerviosos. Si bien el pasado jueves hubo una función para el personal administrativo del penal, saben que hoy el público será externo y que vienen medios a grabar para la televisión.

El 21 de julio inició la aventura. Ese día llegó el maestro Correa para comenzar las audiciones. Él quería montar algo de Brecht, pero el Festival Cervantino le sugirió que fuera algo de Shakespeare, de quien se celebra en esta edición 42 el 450 aniversario del dramaturgo inglés. Quienes se acercaron al proyecto cambiaron su rutina. Durante tres meses ensayaron de 9  de la mañana a una de la tarde y, por la tarde, cuando se requería, de 4 a 7.

Jeshua Gerardo y Jorge Daniel Espejel Ramírez son hermanos. Ambos interpretarán a Bernardo y Horacio, respectivamente. Jeshua ya porta el vestuario de época, proporcionado por Luna Negra y la Compañía Nacional de Teatro. Está nervioso, es su debut. Dice que se metió al teatro por consejo de su carnal, quien ya había participado en otras obras en el penal en donde estaba recluido anteriormente.

Ellos son del Distrito Federal, pero también hay internos oriundos de Coahuila o de Sonora. Las palabras de Shakespeare viajarán en una diversidad de acentos regionales, notables durante la representación. Vestido de negro, cual fraile, se acerca Adolfo Sotopaz, quien dará vida a Polonio y quien asegura que siempre quiso ser actor “y estar en el teatro con los grandes como Arturo de Córdova o López Tarso”. Es un hombre adulto, quizá más de setenta años, pero no pierde la vitalidad. Está tan ansioso como los soldados que se pasean con espada en mano, como los que juegan con su capa.

“El teatro es como si te metieras una droga –dice Álvaro Gerardo González Reyes, quien hará de rey en la representación que organiza Hamlet para desenmascarar al asesino de su padre--. Después de actuar te sientes cansado y te duelen las piernas. Pero vale la pena.”

Un Hamlet con puntos y comas

Poco antes de las dos de la tarde, las autoridades invitadas ya están instaladas en sus asientos, de frente al escenario. Escoltados por custodios, ingresan al foro alrededor de 150 internos, que ocuparán los asientos ubicados en los costados. A diferencia de sus compañeros actores, estos hombres no sonríen. Tienen un rostro duro y una mirada amarga. Comen sin ganas una rebanada de pizza que ayudan a digerir con un café. Una voz femenina da la tercera llamada y comienza la obra.

El Hamlet que monta Correa es fiel al texto de Shakespeare. Durante casi tres horas, los internos darán vida a los clásicos personajes sin equivocarse una sola vez ni en los parlamentos, ni en los movimientos escénicos, que no son sencillos. El hecho de que una de las lanzas haya caído en la cabeza de un custodio es una anécdota divertida, o eso parece. No hay recitación de textos, hay interpretación y dramatización.

Entre cuadro y cuadro, hay ayudantes que cambian la escenografía mientras se oye un puente musical. Todo se hace con la precisión de un reloj y así se pasa del entierro del Rey Hamlet a la aparición de su espectro o la escenificación de su muerte. No hay respiro. El teatro es ritmo. Quizá un pequeño intermedio que sirve de antesala al dinámico final.

Ofelia y su locura son un espectáculo aparte. Heliodoro Nava se toma tan en serio en papel que lo hace cómico. “Adiós jóvenes guapos”, les dice a sus compañeros espectadores provocando su risa. Se acerca al público, saluda, regala flores. Se deja corretear.

El duelo entre Laertes y Hamlet detona adrenalina. Las espadas sacan chispas en cada choque. Los actores caen, se levantan y a juzgar por sus miradas, representan una verdadera batalla, quizá parecida a muchas que en la vida real les ha tocado lidiar. Christian Alejandro López le da vida al príncipe de Dinamarca, mientras que Marcos Joel Acosta hace lo propio con Laertes.

Luego de tres horas, cuando la masacre se ha consumado en el castillo, un tenor sale a escena a cantar los primeros versos del famoso monólogo de Hamlet. Ser o no ser, canta el hombre, mientras la nieva comienza a caer y los aplausos a irrumpir. Aplausos de pie, comenzando por el del licenciado Saúl Francisco García Rodríguez, director del Cefereso 12, y el de Juan Ignacio Hernández Mora, comisionado del Órgano Administrativo Desconcentrado Prevención y Readaptación Social (OADPRS).

Los internos salen a recibir los aplausos por separado y al final, reciben la ovación en conjunto. Hamlet es el encargado de pedir ovaciones para los internos que trabajaron en la escenografía, las luces y el sonido. “Correa”, gritan desde el público. A una señal, se apagan las luces y aparece el riostro del maestro proyectado sobre las paredes del castillo.

Las palabras del maestro conmueven. Evocando el Juicio Final de Miguel Ángel asegura con la voz cortada que “las prisiones del mundo deben ser la antesala de la libertad”.

El video termina con una frase proyectada en el muro. “No me interesan los móviles que los condujeron tras las rejas, me interesa fundamentalmente el hombre y quiero mostrarlo como tal.”

El aplauso irrumpe y el maestro sube al escenario. Los internos lo abrazan. Cobijado por sus actores dice: “Valió la pena dejar una carrera de actuación para trabajar en el infierno. 36 años se dicen fácil, pero me faltan años para decirle a todo el mundo que sí se puede.”

Desde que era más joven el actor guanajuatense soñó en el día en que perteneciendo a una compañía, pudiera estar en el Festival Internacional Cervantino. Al borde del llanto Correa sabe que el sueño se ha cumplido y grita: “Traspasamos los muros y participamos en el festival cultural más importante de México: el Festival Cervantino”.

Es todo. El teatro, que es un rito, termina. Los invitados deben salir de la nave. Los espectadores se quedan en su lugar con su vaso de unicel en las manos. Los actores, que también son internos, se quedan en el escenario. Desde ahí gritan a los que se alejan: “¡Gracias por venir!” Los invitados salen de la nave y los recibe el azul cielo de Guanajuato. Los actores se quedan con las manos alzadas y una sonrisa en el rostro.

¿Qué les dejó Hamlet? Se les pregunta antes de iniciar la obra. Uno de ellos contesta: una sonrisa. En efecto, Hamlet les deja una sonrisa, pero también una compañía de teatro que continuará en el penal. Se llama Liberarte.