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Grosellas salvajes, un recetario feliz

María Luisa Vargas San José

Grosellas salvajes, un recetario feliz

Hubo una vez una chica que sabía hacer lo que le hacía feliz, Suzie Frankfurt era muy bohemia y se dedicaba a la decoración de interiores, entre otras cosas. Bn muy buen día conoció a un amigo de pelo blanco y alma de colores que sabía jugar con lo que todos vemos, pero no sabemos que vemos. Andy Warhol y Suzie comenzaron a ser amigos en 1959. Ésa fue una primavera extraordinaria para ambos artistas, personalidades innovadoras, creativas, irreverentes. Como cuando dos genios se juntan algo tiene que acabar pasando, para el otoño de ese año se les ocurrió poner en aprietos a todos aquellos libros de cocina francesa taaan perfectos, taaan académicos, taaan difíciles de seguir y tan, pero tan arrogantes, que en ese entonces eran la estranguladora regla de oro  para las amas de casa que quisieran destacar en la cocina. Andy invitó a su mamá, Julia Warhola y a Suzie a ponerse manos a la obra, y así, hechos a mano, confeccionaron 34 deliciosos libros de cocina, en los que Suzie había inventado las más imposibles, absurdas y chispeantes recetas que Julia caligrafiaría con una fabulosa letra fuera de molde.  Andy se puso a dibujar y luego llamó a cuatro vecinos suyos para que le ayudaran a colorear las ilustraciones. El resultado fue una serie de  libros de cocina llenos de humor y desenfado, divertidos y artesanales, pequeñas obras  de arte que nunca se vendieron, y que terminaron siendo los regalos de navidad que este feliz, aunque un poco desencantado equipo, ofreció a sus amigos más queridos.

Wild Raspberries o grosellas salvajes fue el título que le pusieron al recetario, haciendo una referencia directa para la película Fresas salvajes que en 1957  Ingmar Bergman regaló al mundo. Esta película, como el recetario mismo, tienen un gran poder evocador, fascinante, gracias a su  construcción libre.

Grosellas Salvajes –el recetario- es un juego de imágenes infantiles de colores primarios y recetas inverosímiles. Fresas Salvajes –la película- es un título que hace brotar la evocación, juega con los recuerdos y la realidad de un viejo que regresa al hogar de su infancia, donde se encontró por primera vez con el amor. El pequeño rincón de las fresas –un fruto raro y precioso cuando uno vive cerca del polo norte- es, en la iconografía escandinava, el paraíso perdido de la inocencia y la esencial fugacidad de la felicidad infantil.

Una vez más, el texto literario de un recetario, el texto visual de las ilustraciones y del cine, se encuentran con la imaginación y el color de aquello que con la boca recordamos, imaginamos y soñamos: el texto culinario.

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