miércoles. 24.04.2024
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Ahorita no es momento

Yara Ortega 

Ahorita no es momento

¿Pero alguien podría decirme por qué me siento así? insatisfecha, triste, frustrada, nostálgica, atemporizada, insomne, con faringolaringalgia por enmudecer lo que a gritos le dijeron mis ojos que se cerraban por acallarlos? ¿Por aquietar las manos, cansadas de arrobas de secretos malguardados? Lo sé y lo siento. Díganme qué es verdad, qué mentira, qué es qué. Hay un páramo en el esófago; quería aullar desde el epiplón, que el plexo estaba inane de silencios prolongados.

Vestida de negro hice un día como cualquiera, pero no podía dejar de percibir el delator palpitar de mi corazón, como higo maduro que quería reventar a latidos el estuche de hueso y pasiones que porto delante de la espalda.

Caminé por mi ciudad, Tartufópoulos, que por cierto no sita en el Helesponto. La Reina de la Tercera Edad, en toda la Plenitud de su Madurez, encabezaba la marcha de la gente que aprovecha la última carcajada de la cumbancha para echarse una canita al aire. Bailaron sobre cántaros, agitaron sus corazones firmes y las carnes alegres. Revolucionaron la idea de una parada deportivo-militar conmemorativa.

Mejor no vayas, decía el mensaje de una paloma agorera… pero sí fui. Y mi calle, que no es Calle 13, sino la de El Pirul, igual a todas las que convergen a la Plaza de la Concordia, estaba apropiadamente resguardada, no por las fuerzas del Orden Público, sino por los tres veces des-H. integrantes de mandos unificados.

¿En serio? “Ya me cansé”… “Creo que ahora no es momento de hablar de ese tema. Todo México está en duelo por lo que está pasando, pero creo que ahorita no es momento”, oigo por todas las banquetas y en la antesala de la clínica donde me habrían de dar malas noticias. Tengo el corazón quebrado, el cuerpo deshecho, la piel que me arde en la indignación de lo que me hiciste querer seguir creyendo. Porque al final, todo es eso.

Me duele lo que amo. Me dueles tú, tus mentiras, mis engaños, nuestras sucias complicidades, lo que dijimos, lo que callaste, lo que quiero gritar pero temo que oiga mi familia o mis amigos.

Y la ciudad estalla en llamas, ilusiones aeróstaticas en medio de la mascarada que encubre el rostro de la impunidad. Luz de gas que encandila, ocultando al inquisidor de la verdad. Ojalá y existan canastillas de mimbre para escapar de la conciencia, en la persecución de un cielo que sólo exista para ti… y los remordimientos que te acompañan.