La serpiente de las tres cabezas

“La violencia no es hermana. Es una serpiente que se introduce y se acomoda en todos lados, como pariente que llegó a la puerta y que se instala en casa, como amiga, como consejera.”

La serpiente de las tres cabezas

Puede ser que cuando la muerte llegue –espero que en un momento oportuno- sea capaz de llamarla hermana muerte, como lo haría San Francisco. Pero no puedo llamar a la violencia hermana violencia, porque la violencia, brutal, produce muertes innecesarias, inoportunas, estúpidas. La violencia en sí misma es más que la muerta misma, mata más, produce más dolor, más rencor, oscurece y se reproduce a sí misma.

La violencia no es hermana. Es una serpiente que se introduce y se acomoda en todos lados, como pariente que llegó a la puerta y que se instala en casa, como amiga, como consejera.

Si le creemos a Galtung, la violencia no son sólo los golpes. Son “las afrentas evitables a las necesidades humanas básicas”. Los ataques a la supervivencia, al bienestar, a la identidad y a la libertad. Es una serpiente, un reptil de tres cabezas: la cabeza de la violencia directa, la de la violencia estructural y la de la violencia cultural.

La violencia directa, que no requiere más explicaciones ni ejemplos –suponiendo que usted viva en México y haya leído un diario o visto un noticiero en las últimas tres semanas-, no vive separada de las otras dos; depende en buena medida de ellas. Es la cabeza más terrible porque es la que degüella, mastica y devora. Pero no se explica sola. La violencia estructural, en contrario, es una cabeza mustia, con labios pintados y dientes romos; puede incluso lucir corbata debajo de la mandíbula. Sin dejar de sonreír mina las capacidades económicas para sobrevivir, lanza a las personas a la pobreza, niega el derecho a la identidad (nacional, sexual) restringe las libertades. Siembra el campo para que actúe la primera cabeza, la violencia directa.

La tercera cabeza, la violencia cultural, es parlanchina. Echa mano de cualquier pretexto, de cualquier aspecto de la cultura para justificar a sus otras cabezas, la violencia directa o la estructural. “La violencia simbólica incorporada a la cultura no mata como la violencia directa incorporada a la estructura, si embargo se usa para legitimar ambas o una de las dos”, dice Galtung. Esta cabeza es, al final, la más venenosa, la más dañina, porque de ella se alimentan las otras dos.

Pero no hay qué olvidar que la violencia es serpiente. Larga y dúctil, igual se apersona en los espacios más íntimos, entre los enamorados, que en los campos de batalla, entre las naciones.

A veces parece que es otra serpiente la que invita a la madre a aporrear a su hijo, y no la del adolescente que busca identidad en las luchas callejeras de la pandilla. A veces pensamos que es otra la serpiente que justifica con su cabeza cultural nuestro machismo y la reverencia a los balazos, y no la que aconseja con su cabeza de violencia directa a un iracundo automovilista, vaciar su pistola sobre el imprudente que le cerró el paso con su auto. A veces pensamos que son dos serpientes diferentes, la que aconseja a los prohombres de negocios a exprimir al máximo a sus trabajadores y la que justifica al obrero que golpea a su mujer porque le recriminó su estado alcohólico. A veces creemos que son dos serpientes diferentes, la que aconseja a la buena señora esclavizar hasta los domingos a su sirvienta, y otra la que invita a esta pobre trabajadora doméstica, que también es madre, a aporrear a su hijo. Caramba, ya dimos la vuelta, siguiendo los anillos de la serpiente.

Conviene decir también que a este reptil le gustan las espirales. Sabe que la violencia estructural, directa y cultural a nivel doméstico, con una vuelta más a sus anillos, estallará a nivel comunitario; y con un torzón más, a nivel municipal y así. La cabeza más perniciosa, la de la cultura, irá encontrando las justificaciones: desde los victimarios: porque era el mal menor, porque impedían el desarrollo, porque soy superior, porque tengo la razón... desde las victimas: porque ya nos la debían, porque ya no hay caminos, porque así somos, bien bragados, porque tenemos la razón. Y la espiral sigue. Y la expresión final, la terrorífica cabeza de la violencia directa, abre la boca grande para dejar salir el exceso de sangre entre sus dientes.

Hay qué decir que hay violencias que le gustan más a esta serpiente, como la violencia traicionera: la del esposo amantísimo sobre su querida esposa; la de los padres amorosos contra sus indefensos hijos; la de las fuerzas del “orden” hacia los ciudadanos a quienes debían proteger. El reptil se relame los colmillos.

Es la misma violencia, la misma serpiente que se enrosca. No sólo es Guerrero. Durante las últimas tres semanas, en las que el terrible acontecimiento ha sido noticia principal, hubo sólo en León cerca de 800 casos de violencia intrafamiliar. Más de 25 mil casos en lo que va del año, publicó Milenio ayer. El caso de Iguala es injustificable; la violencia intrafamiliar todavía encuentra en nuestra cultura muchas justificaciones. La violencia cultural le da soporte y hace que perviva. Y la serpiente se enrosca, sonríe y ataca un día en cualquier lugar. Cada vez con más fuerza.

Pareciera que frente a la violencia directa tan bestial que nos atormenta, la mayoría no puede hacer nada. Pero lo bueno es que, sabiendo que algunos aspectos de la cultura se convierten en violencia, podemos creer que se puede construir una cultura de paz, especialmente los que somos padres y madres, docentes, comunicadores. Por su parte, los que tienen en sus manos los medios de producción y los que pueden tomar decisiones de política pública, más que aumentar el tamaño de sus cercas y duplicar las cerraduras, más que pensar cómo la violencia está afectando su imagen frente a los electores, pueden darse a la tarea, de una vez por todas, de atacar las grandes desigualdades y todas las afrentas innecesarias que sufre la mayor parte de los mexicanos en sus niveles de bienestar. Si cortamos esas dos cabezas la tercera caerá, tarde o temprano. ([email protected])