miércoles. 24.04.2024
El Tiempo

Halitosis ortográfica

"Escribir mal parece el signo de nuestros tiempos. Podríamos dividir en dos los sonidos similares al hablar, origen de estas desgracias."

Halitosis ortográfica

Escribir mal parece el signo de nuestros tiempos. Podríamos dividir en dos los sonidos similares al hablar, origen de estas desgracias. Por una parte, tenemos los homófonos, esos vocablos que suenan igual pero se escriben distintos. Me refiero a casos como ‘aprehender’ (atrapar) y ‘aprender’ (proceso de tomar conocimiento).  Por la otra, está el conjunto de palabras que suenan similar a otro conjunto o a un vocablo en específico, como ‘a ver’ y ‘haber’.

En las redes sociales se observan una creciente presencia de ambos casos, a veces en personas diferentes y más raramente en el mismo internauta.

Los directamente involucrados parecen no darse cuenta de su condición. Somos quienes los rodeamos los que nos percatamos de ello. Es como el mal aliento: el que lo padece ni se entera de la incomodidad hacia los demás. ¿A qué se debe eso? ¿A qué achacar la incapacidad de darse cuenta de que no se trata de lo mismo? El lugar común sería que los maestros no se esforzaron lo suficiente para formar a los alumnos debidamente. Pero a ello debemos añadir que los padres de familia no estuvieron lo suficientemente al pendiente de la formación de su hijo y solo les interesó que fueran aprobados. También debemos sumar que el Estado ha permitido que lleguen a las aulas profesores ineficientes. Un factor más es que las empresas no obligan a su personal a escribir con calidad. Y, finalmente, a que muchos no soportaríamos ser llamados ‘gramarnazi’ por decirles en las redes sociales que han escrito mal su texto. En pocas palabras, todos en la sociedad somos responsables de que este fenómeno no solo se presente, sino de permitir que vaya creciendo.

Cierto es que muchos se preocupan en difundir letreros que recrean los errores más comunes: «”A ver” es equivalente a “veamos”; en tanto que “haber” es un verbo sinónimo de “tener”». Sin embargo, para los que padecen «halitosis» pasan inadvertidos esos letreros y los que tienen plena consciencia de estos problemas se afanan en darle ‘Me gusta’.

 Eso se debe a que el cerebro es selectivo. Es decir, que solo va a tomar en cuenta lo que refuerza lo que ya tiene. Cualquier persona va a prestar mayor atención a lo que considera valioso e importante y va a ignorar lo que no se lo parezca. Entonces, curiosamente, un grupo ni se percata de los mensajes y el otro, espera afanosamente que los demás lo vean (los especialistas le llaman a este fenómeno sesgo de confirmación).

La opción ante este dilema estaría en enviar esos mensajes directamente a alguna persona con faltas. El problema es que podría ser considerado una agresión y en vez de favorecer, probablemente, se obtendría el efecto contrario: «Les vale cómo escriba. De todos modos me entienden».

Hacer consciencia de este problema es más grave de lo que se ve a primera vista. Difundir las formas adecuadas es insuficiente por el sesgo referido. Una información se considera importante o valiosa cuando se descubre su utilidad o cuando los grupos de identidad lo consideran valioso. Entonces, la estrategia es propiciar que quienes comenten los fallos descubran que son mal interpretados o, definitivamente, incomprendidos por sus propios grupos. Únicamente, así podrían valorar la ortografía. Es decir, que no se trata de que abracen las formas correctas por sí mismo, sino por su propósito último. He aquí la tarea que tenemos la sociedad, no solo los profesores y padres de familia.