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CINE COLISEO

Vampiros en el Lejano Oriente

Gerardo Mares

Vampiros en el Lejano Oriente

Queda bastante claro que para el año de 1974, el gótico de estética pulp y su particular acento en el erotismo rascuache, marca de casa de la productora británica Hammer, no pasaba por su mejor momento. De hecho, la firma se encontraba inmersa en la más grave crisis creativa que los llevaría a la tumba, metafóricamente. Indisolublemente estaba ligada a la creatividad de Terence Fisher, su director insignia, y a su tandem Christopher Lee-Peter Cushing, que ya había perdido gran parte del crédito con los espectadores, esto ocasionado por los cambios en el cine de terror norteamericano, tanto a nivel temático como en el aspecto cosmético con la irrupción del gore en su manifestación granguiñolesca.  

Mercachifles con ambiciones de trascendencia más allá de la explotación del morbo y el box office, lo cierto es que como producto final, el pastiche que representó su incursión más experimental, no convenció ni como relato de terror a niveles infantiloides a pesar de sus desnudos parciales… y mucho menos como aventura épica arte-marcialista, en una clara vena hongkonesa a la que fue proclive el amo y señor Run Run Shawn, co-productor del filme. El desabrido relato bien califica como un bodrio que posee las coreografías de menor espectacularidad del género asiático.

De una realización plana y carente de garra, sólo el humor involuntario parecería redimir en parte, un despropósito en el que se ve inmiscuido tanto un Drácula decadente de aspecto trasnochado, como el propio Van Helsing, de pinta cadavérica e intentando ponerse a la altura con cuanta antorcha tenga a la mano, motivado por una acción pendenciera que rebasa las habilidades ordinarias de los personajes anglosajones, que salvo la eminencia de Peter Cushing, los demás parecen estar de puro relleno.

Sin duda, el teatrero trailer y la publicidad posterior intentaron convencernos de que estábamos ante una película-acontecimiento. De clara tendencia al subproducto clase b, La leyenda de los siete vampiros de oro es de ese tipo de artesanías guajiras destinadas como película de relleno aún para los cines piojitos de nuestra ciudad. Proyectada en la debacle del Cine León, ahora se podría argumentar esa cultura Grindhouse para su revaloración de culto. Con mayor énfasis en el asunto de las patadas voladoras, dada su ubicación geográfica en el imperio mandarín, no logró alcanzar tal estatus.

Mezcla indiscriminada de terror gótico, sensualidad rascuache, desnudos parciales, cine deudor del Shaolin, sin duda, la imagen más inquietante tiene que ver con una inesperada horda de muertos vivientes emergiendo de tumbas a ras de tierra, víctimas del vampirismo locuaz a lo chino, en un antecedente directo del fenómeno zombi del cine moderno de Occidente. De hecho, el único creativo que entendió a cabalidad el esfuerzo fue el músico James Bernard, cuyo indescriptible score en contrapunto, que acompaña el curioso “marchar” de la amenaza insepulta, le otorga un sensible acento auto-paródico.  

Pirateándose la premisa básica de Los Siete Samurias de Akira Kurosawa (un grupo de héroes reunidos para salvar a un poblacho rural de un acecho descomunal) como influencia palpable, es una pena que aun sin tomarse demasiado en serio, el entretenimiento anduviera escaso a pesar de sus excesos. Esta película fue el primer estertor que anunció la muerte de la mítica Hammer Films, confirmada muy pocos años después.   

La leyenda de los siete vampiros de oro (The legend of the seven gold vampires)/ D: Roy Ward Baker y Cheh Chang (sin crédito)/ G: Don Houghton/ F en C: Roy Ford y John Wilcox/ E: Chris Barnes/ M: James Bernard/ Con: Peter Cushing, David Chiang, Julie Ege, Han Chen Wang, Robin Stuart y John Forbes-Robertson/ P: Hammer Film Productions, Run Run Shawn Productions. Reino Unido-Hong Kong. 1974.